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Qué es la Suma de viento sino la suma de gestos de lo que somos: voz sumada.

por Raúl Bravo

 

En un mundo que nos anima a hablar más en lugar de escuchar, a postear todos los días en redes sociales insignificancias, a compartir lo que nadie nos ha pedido o promover la imagen propia antes que la obra; desconectarnos, callar, publicar sólo cuando el texto lo amerite, pueden ser el último acto de salud mental, de rebeldía.

               Esta valoración opera con base en un “régimen de la singularidad”, es decir, que tiende a acentuar en el sujeto, lo particular, individual y personal, en contraposición con lo social, colectivo y lo público. La cuestión del “don artístico” destaca con claridad esta tensión. El don es un dispositivo privilegiado precisamente de ese valor. No cabe la menor duda que los valores de singularidad inherentes a cualquier tradición estética moderna son productos heredados de una historia de la literatura como valor y del valor de la literatura.

           En el ámbito de la cultura guanajuatense, los escritores son los actores sociales más representativos de este estereotipo de singularidad, el típico lugar común: la ilusión de llegar a ser el sujeto creador, cuando el “artista” no es sino el producto de un determinado contexto socioeconómico; en otras palabras, perteneciente a una clase social, un habitus (como lo diría Pierre Bordieu). Esta voluntad egoísta es la que se refleja en cada imagen (retocada o no) obtenida en las consabidas presentaciones editoriales, en cada charla literaria, en cada autógrafo plasmado. Esto, por supuesto, disfrazado de expresiones sobrecargadas que agraden la “dignidad” del escritor o de sentidos vagos y generales sobre lo que es el imperio de la opinión pública.

                 Es obvio que lo anterior no pretende asumir una postura reduccionista del arte. Todo lo contrario, es el lugar por excelencia en donde se impone la necesidad de ampliar el punto de vista. ¿En qué medida, entonces, podemos señalar que la creación artística es plural, colectiva, irreductible a la singularidad de un creador único? O será que el verdadero artista es percibido como alguien que persigue finalidades impersonales (el avance del arte) por medios personalizados (mediante un estilo original). O persigue fines personales (la promoción, la fama) por medios impersonales (la estrategia de una carrera literaria).

                Originario del aún entonces Distrito Federal (1965), Raymundo Marmolejo Olea reside desde hace cinco décadas en Guanajuato. Aquí estudió Letras Españolas, aunque la maestría la obtuvo en la UNAM y el doctorado por la Universidad de Guanajuato. Reconozco que Marmolejo es un escritor que hasta el libro Suma de viento, había pasado de cierta manera inadvertido para mí. Había leído algunas de las semblanzas literarias de su autoría ─mas no ensayos─ sobre Lezama Lima y Herman Hesse, que recopiló junto con otros treinta autores por su paso por el Museo Iconográfico del Quijote en calidad de coordinador de literatura, durante el ciclo Miércoles de letras. También aparece en el libro Palabras germinales (2001) de infausta memoria para muchos, así como en la recopilación de cuento Una cierta alegría en no saber a dónde vamos, cuento de Guanajuato, 1985 – 2008, editado por Jorge Olmos para el Instituto Cultural de León (yo fui uno de los lectores curadores de esa edición). Raymundo fue becario como tantos otros. Y nada más. Siempre he dicho que la labor como profesor y gestor cultural implican un cierto sacrificio de una búsqueda más personal. Hasta que apareció el año pasado esta opera prima dentro del género poético, publicado bajo el sello de Ediciones La Rana, en la colección de Autores de Guanajuato.

                 Es así como en Suma de viento, al parecer sin proponérselo de manera consciente, Marmolejo recurre a una voz colectiva y que, si bien mantiene un cierto tono existencialista, no por ello, sobre todo en la primera parte, entrevera una visión poliédrica sobre “el otro” o, mejor dicho, “los otros” y, por ende, deviene en vocero crepuscular de una o varias generaciones de autores que, al término de esa experiencia de carrera literaria ya consumada, deciden abandonar el escenario.
 

YA CAÍDO / no eres tú, ni yo. / Es el nosotros. / Culpables, ejecutores /
del mundo. / No es él, ni ella / las, los, de la transgresión / sino tú. /
Es nosotros en pluralidad / los que hacemos / los que cambiamos /
o los que no queremos; / y entonces / obtenemos / esto que somos /
y persistimos. / Claro, / fueron otros.
 

                         Si bien uno de los rasgos que precisamente distingue al poeta es la singularidad de su voz, lo es también cuando su respiración como la nuestra confluye en el origen mismo que sustenta nuestras vidas. No por nada, aparece en la portada un óleo del emblemático José Ignacio Maldonado (Alta tensión, 1993); mientras que, en la contraportada, Amaranta Caballero lo define como “un poema de largo aliento o un grito que perdurará en la memoria colectiva.”

               Amamos lo que reconocemos. No recuerdo en cuál de sus libros Bachelard había dicho que: “El hombre es una creación del deseo, no de la necesidad”. Esta expresión se me quedó tan grabada que pasado el tiempo la utilicé como frase de presentación en el muro de mi perfil de Facebook. Lo curioso es que se nos ha hecho creer todo lo contrario, que no es necesario el deseo, la ensoñación, ni la palabra, y la poesía como una manifestación de lo aparentemente superfluo. Que yo conozca, nadie ha muerto porque no haya podido leer un poema, o porque sí. No obstante, ese acto gratuito es el que da sustento, sentido a nuestras vidas. La poesía da fundamento y razón de ser a nuestro decurso vital. ¿Cómo se refleja esta singularidad en el comportamiento del autor?, sino en “El silencio inminente / en sólo un paso. / Morimos cada día. / Al dormir apagamos / entramos en la paz obscura, / olvidamos; / somos vuelos, / caballos desbocados, / sueños. / Al regresar, completos, / volvemos a lo mismo: / La exposición, / la convivencia. / La muerte practicada / adelanta descanso, / paz, / obscuridad; / el cierre acostumbrado”.

                      No hace falta decir que, por supuesto, hay otros poetas con más oficio, con mayor trayectoria, pero pocos como Marmolejo han asimilado la luz inevitable, esos “relámpagos del vivir”. Porque qué es la suma de viento sino la suma de gestos de lo que somos: voz sumada. El canto de despedida de una generación cuya grandeza se mide por el “gusto por la desilusión” (del que hablaba Musil). O como magistralmente, Raymundo Marmolejo nos revela:


SIEMPRE EN REBELDÍA vivimos
como individuales del sí mismo,
como ascuas.
Partículas diferenciadas
entre el todo,
pero al entrar a la oscuridad,
al cese del ser,
hace temblar
y por supuesto temer.
Las certezas callan,
las acciones se asimilan
y lo inevitable,
aunque no se acepte,
no se entienda,
aunque se espere,
se asimile,
pega definitivamente y sólo se sobrevive instantes
los del mejor nosotros.

Suma de viento, de Raymundo Marmolejo Olea, Colección Autores de Guanajuato, Ediciones La Rana (2023).

El hilo de  minotauro

No hay puertos seguros. Los mapas literarios se forman por piezas siempre cambiantes. Si a ciertos escritores se les va a llamar "raros", habría que preguntarse cuáles son los "no raros" o normales; si hay excéntricos o marginales debe haber céntricos, etcétera, aunque las geografías no suelen ser muy claras. Caracteriza a los raros la marginalidad, su carácter excéntrico y el hecho de que suelen ser practicantes de géneros desiguales. Esto llevaría a pensar que todo escritor es "raro" hasta que no se demuestre lo contrario. Esta vez no se les llamará "raros", sino "inclasificables".

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ESCRITURA DESDE EL ENCIERRO

por Raúl Bravo

Así como para el poeta griego Odysseus Elytis (premio Nobel de Literatura en 1979) “la poesía comienza allí donde la muerte no tiene la última palabra”, parafraseando esa misma frase, pero ahora a la par con otro poeta, ensayista y bibliotecario argentino, Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919 -1990), podríamos decir que la poesía existe para que la muerte no tenga la última palabra. Desde aquí agradezco a Juan José de Giovannini (q.e.p.d), el darme a  conocer a estos dos poetas por medio de un tercero, también argentino, Hugo Gola.

     El 11 de marzo de 2020, se declaró a la Covid-19 como pandemia en una rueda de prensa mundial por el entonces director general de la Organización Mundial de la Salud. Este es un repaso breve, bajo dicho contexto, de tres libros escritos por autores de Guanajuato, que pretenden reflejar los temores, angustias e incertidumbres que despertaron las medidas de confinamiento. Encierro que fue interpelado por la imaginación de cada autor y autora, desde los tiempos del cólera a la era de la inmediatez que trajo consigo la llegada de un nuevo virus, para convertirse a la vuelta de los días en la primera pandemia del nuevo siglo.

*

     Si bien es cierto que, sin pretenderlo y de manera más bien inconsciente, la poeta Amaranta Caballero Prado recogió en esa especie de bitácora oracular de su autoría, formada por breves postales, principalmente poemas en prosa que, con el tiempo ─“Los pájaros darán cuenta de ello.”─ se ha convertido el poemario Cólera morbus (colección Formato Portátil, Ediciones La Rana, octubre de 2019), al condensar y acoplar, en palabras de la escritora Enzia Verduchi  “los muertos que el cólera arrasó en el siglo XIX y la violencia que arrasa con nosotros en el siglo XXI”, en una advertencia, que no sentencia, de lo que apenas unos meses después arribaría con la llegada de la Covid-19, como en su momento lo hizo en 1833 una epidemia de cólera que irrumpió a través del intercambio marítimo entre La Habana con la península de Yucatán y de Nueva Orleans hasta el puerto de Tampico, diseminándose posteriormente por San Luis Potosí, Guanajuato, Querétaro y la Ciudad de México.

     Así, desde el principio, en el apartado dedicado a Los primeros brotes, el poema denominado Perdida del alma ya nos marca bajo la sombra funesta de las estrellas:

 

El alma puede ser robada por brujos o espíritus
o puede abandonar el cuerpo durante el sueño.
Al regresar del paseo mientras la noche,
el alma,
puede no encontrar el cuerpo.
Debe el cuerpo encontrar el alma perdida,
de otra manera
el sujeto fallece.


 

     Libreta de diario que hace un repaso en daguerrotipos sobre la cotidianeidad decimonónica de Guanajuato y su abatimiento por la enfermedad, resumida de manera precisa por Caballero Prado en un epitafio que da cierre al poemario:

“Después de la muerte, no hay nada.”

Cólera morbus, Amaranta Caballero Prado. Colección Formato Portátil, octubre de 2019.

*

Como se menciona en la cuarta de forros del libro Escrituras desde el encierro (Editorial Los Otros Libros), en la primavera de 2020 inició el confinamiento en México. Una enfermedad más propia de la Edad Media que de nuestro siglo se extendía por el mundo. Y si bien el virus nos era aún ajeno, ya empezábamos a sentir los estragos de ese remedio igualmente anacrónico: el encierro a piedra y lodo.

     En dicho contexto, Los Otros Libros lanzó una convocatoria para conformar una antología de una veintena de propuestas literarias -dentro de los géneros de poesía, cuento, dramaturgia y ensayo- con autores de Guanajuato (Alejandro Ramírez, Aleqs Garrigóz, Iván Mata, Pedro Mena Bermúdez, Bernardo Govea, Diana Alejandra Aboytes, David Eudave, Ariadna Aragón, Javier Sánchez Urbina, Sandra Carrazco, por sólo mencionar a varios de ellos) y que reflejara ese momento histórico desde la imaginación del encierro; un encierro que pudo haber sido angustiante, temeroso, cargado de dudas; pero lo cierto es que durante la primavera de 2020, en México, la muerte aún no tenía rostro, aún era parte de una posibilidad remota. Lo que sucedió en el verano, ya es otra historia.


ES OTRA VEZ LA CULPA QUE APLASTA
MI PECHO CON SU ENORME CULO

Hoy vi el retrato de una niña enferma
y fui nuevamente a la sala del hospital donde tú
estuviste
me vi echado y crudo
desesperado
sin saber si quería beber más
o que sanaras pronto
o quizá sólo no quería sentir ese miedo
fiero e indolente
como si el disparo en la nuca
como la navaja cortando el cuello
mientras escribo me arden los ojos
me duelen los hombros como al egipcio
que levantó un millar de piedras para erigir una
pirámide
el estómago me gruñe
y no es hambre
todos mis huesos chirrían
voy a mear
y pienso que hay alguna injusticia divina
en mi caso
o que sencillamente
no soy apto para verte de nuevo
seguro es eso
quizá sigo siendo nocivo
para todo cuanto tenga que ver contigo
o sospecho
debido a tantas terapias merodeadas
que yo sigo pendiendo de una soga
sabiéndome culpable
ajeno al perdón
a la misericordia de mi propia mano.

                                                                                                             Pedro Mena, 27 de abril del 2020
 

Escrituras desde el encierro, Varios autores, Editorial Los Otros Libros, julio de 2020.

*

“Si describo esto con tanto detalle es porque quizá sea del interés para quien me lea, si es que alguna vez está en un infortunio semejante y tiene que decidir si se va o se queda; por lo tanto, deseo que estas palabras mías se interpreten más como una guía o consejo que como una historia de mis actos, ya que supongo que lo que a mí me suceda a nadie le importara”, escribió Daniel Defoe en Diario del año de la peste, y, a la par, es el epígrafe del ensayo autobiográfico (no es una novela, lo siento) Esquemas para construir una ventana que José Antonio Banda publica en la colección Autores de Guanajuato, de Ediciones La Rana.

     Parafraseando a dos pensadores como Marx y Lipovetsky (vaya con el sincretismo): la ligereza es la ideología de nuestra época o, lo era hasta hace poco… cuando, de pronto, el destino nos alcanzó con profundas transformaciones en la vida colectiva e individual, caracterizadas por una inestabilidad de la dinámica social hipermoderna. Lo que se vaticinaba como una victoria histórica y contundente, producto de las promesas derivadas del dominio sobre el ADN, al liberarnos, verbigracia, del sufrimiento del cuerpo o, por lo menos, así lo creíamos al conseguir una significativa movilidad y disponibilidad de uno mismo hasta en las etapas más avanzadas de la vida, devino en una fiesta de lo frívolo, de la insignificancia.

     Como bien lo señala Adriana Dorantes en el prólogo del libro, Esquemas para construir una ventana, de José Antonio Banda explora “los vericuetos por los que el ser humano es obligado a andar frente al cambio de vida ocasionado por las medidas de confinamiento y la terrible proximidad de una enfermedad que hizo claro que la tragedia no era propia de países lejanos, sino familiar y tangible”.

      Es así que, Banda con voz de cronista doliente nos muestra cómo la historia de repite, dando cuenta de la fragilidad y el lado oscuro de la naturaleza humana, cuando su frágil corteza de la estabilidad social se quiebra.

      La voz premonitoria de Amaranta Caballero en Cólera Mórbus, se transforma por el músculo de la imaginación en una colección de historias escritas por sus autores guanajuatensdes en Escrituras desde el encierro.

     En Esquemas para construir una ventana, Banda nos hace recordar que la literatura es, a la vez, una necesidad y una facultad. Una necesidad de la condición humana que determina la manera en que construimos nuestro relato, porque a través de ella hemos modelado nuestros sentimientos y la forma en la que se procesan. Hasta el matemático, a su manera, mediante ecuaciones y fórmulas, cuenta historias.

     Así las cosas, al escribir un texto autobiográfico, no se trata como en la mayoría de las ocasiones, de explotar aquellos sentimientos que todo el mundo experimenta ante lo vivido, sino, más bien, consiste en apartar y suscitar esa otra realidad, enriqueciendo de este modo el campo de la sensibilidad y el de la conciencia humana, con lo cual la realidad se renueva. Cómo se logra esto: descubriendo esas otras relaciones precisas, aunque no evidentes que existen entre las cosas y las personas, lo que genera una aproximación violenta, imprevista, una emoción de otro tipo, diferente a la que enfrentamos en el mundo real, imperfecta por su propia naturaleza vivencial. Mientras que, la emoción literaria es más intensa, profunda y duradera, puesto que no sólo moviliza la sensibilidad humana, sino que requiere la convivencia del espíritu.

     La realidad es el reino de lo contingente. La literatura no sirve para algo en particular, sino como expresión irreprimible del tipo de libertad que existe en cada uno. Porque, para Banda, lo que cuenta, es decir, su verdadero ser, es lo que cuenta: sus obras más que sí mismo. Su ser ha sido proyectado hacia afuera. Trasciende.

     Todos los seres somos sensibles, pero la sensibilidad del hombre es única en el mundo, no porque el goce y el sufrimiento sean exclusivas de su naturaleza, sino por el grado de conciencia que le ha sido dada. A pesar del dolor, el miedo, la incertidumbre que nos relata Banda, en Esquemas se advierte esa misteriosa manera, infinitamente útil, de hacer a través de la literatura, más amable la realidad.

       Creo que con Banda se comprueba el papel del poeta, del escritor, del cronista, en apartar y suscitar lo nuevo, enriqueciendo de este modo el campo de la sensibilidad y el de la conciencia; renovando así diversos aspectos de la realidad.  En otras palabras, sostener y soportar el peso de su implacable destino. No hay en el mundo nada gratuito. De nuevo con Adriana Dorantes: “Sin necesidad de una respuesta concreta, el autor refrenda en este libro que la oscuridad y el aislamiento, estandartes del dolor y la desesperanza, siempre tendrán su ventana de salvación en la literatura y en su propia palabra escrita.”

    Esquemas para construir una ventana, aparece en la nueva época de la colección de Autores de Guanajuato de Ediciones La Rana. Esto, de entrada, garantiza una mirada más atractiva y moderna en cuanto al formato, la portada y la maquetación del texto (De hecho, esta colección luce portadas por demás sugerentes). No obstante, en esta ocasión, se extrañó, por su ausencia, de un acompañamiento editorial más amable con el lector: el libro está repleto de citas y referencias que, no sólo entorpecen la lectura, sino que dan al traste con el flujo de emociones. Y si bien, en el ejercicio escritural, éstas podrían venir al caso para clarificar las líneas de pensamiento del autor, juegan en contra cuando es el lector quien está intentando seguir los pasos del narrador, porque si de algo se trata el pacto que se firma entre el lector y el narrador ─no con el autor─ es que precisamente al lector sí le importa lo que al narrador (en tono autobiográfico) le suceda.

Esquemas para construir una ventana, de José Antonio Banda, colección Autores de Guanajuato, Ediciones La Rana, 2023.

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