top of page

Elsinore o la vida como un juego de espejos
por Raúl Bravo

Si atendiéramos al consejo que el propio Salvador Elizondo comparte sobre cómo realizar una lectura crítica (relectura) de su obra, deberíamos de comenzar a leerlo por lo que, “en cierto modo, es su final”. Elizondo diluye las distancias entre las posibles relecturas que suscite su obra no sólo por diferentes miradas, sino las que ha realizado un mismo sujeto (lector) sobre un mismo objeto (texto). Y no es porque dejemos de suponer al objeto inmutable en su textualidad, quien ha mudado su interpretación es el sujeto.

Una conocida anécdota entre un Elizondo joven que lee An Outcast of the Islands, de Joseph Conrad, y subraya con profusión y deleite la revelación del alma humana puesta al desnudo por este novelista polaco considerado como uno de los más grandes escritores de literatura inglesa; 25 años después ─ya adulto─ se topa con otro ejemplar idéntico que, a su vez, subraya. Y cuál no sería su sorpresa al cotejar los subrayados de los dos ejemplares, y comprobar que a lo largo de sus 368 páginas no un hubo un solo caso que coincidieran. De hecho, la propia naturaleza de los subrayados era totalmente diferente en cada ejemplar. Dos miradas diferentes, dos enfoques con distintos intereses de un mismo texto a través del tiempo por el mismo lector.

Este ejemplo, verdadero mecanismo especular, que motiva los actos de escribir, imaginar, recordar y ver, fue el que detona este sueño que tiene memoria y que sólo existe por la palabra misma. Elsinore: un cuaderno es en realidad una nouvelle sobre un grupo de adolescentes, Salvador Elizondo (Sal) incluido que enfrentan una serie de iniciaciones en un colegio militar de los Estados Unidos. Esta supuesta historia realista se podría clasificar sin ningún problema en un relato autobiográfico, conocido de muchas maneras, siendo una de ellas, la forma japonesa Shosetsu.

Existe un acercamiento de carácter impresionista que sólo presta atención a la subjetividad como único campo de conocimiento crítico, al estilo de Anatole France que decía que el hombre no puede salir de sí mismo; otro tipo de análisis se queda en los márgenes exteriores de la obra literaria debido a que el exceso de biografismo se preocupa más en la imagen idealizada del autor, muchas de las ocasiones muy diferente de la realidad, como fue el caso de Marcel Proust.

Lo que pretende este texto referido al libro de Salvador Elizondo (Elsinore), es la intención de dotarlo de otras perspectivas con el afán si no de volver más comprensible, sí más analizable. En otras palabras, qué es lo que hace que este determinado texto, se considere literatura.

Es claro que el autor, desde el primer párrafo propone una ruptura de automaticidad de la percepción, al utilizar lo onírico en la relación entre significado y significante.


Estoy soñando que escribo este relato. Las imágenes se suceden y giran a mi alrededor en un torbellino vertiginoso. Me veo escribiendo en el cuaderno como si estuviera encerrado en un paréntesis dentro del sueño, en el centro inmóvil de un vórtice de figuras que me son a la vez familiares y desconocidas, que emergen de la niebla, se manifiestan un instante, circulan, hablan, gesticulan, luego se quedan quietas como fotografías, antes de perderse en el abismo de la noche, abrumadas por la avalancha de olvido y sumise en la quietud inquietante de las aguas del lago. Las palabras que escucho mientras sueño que escribo parecen venir de un más allá, desde una vigilia remota en el tiempo y en el espacio, y aunque las oigo con claridad no las entiendo, como si estuvieran dichas en una lengua vestigial o ya olvidada.

 

Si bien la manera en que Elizondo construyó este relato autobiográfico atendiendo a las conexiones causadas en la trama entre los distintos elementos de la narración sin describir una sucesión de acontecimientos, prolonga o interrumpe de manera magistral la narración según el efecto que se desea lograr en el lector. Este extrañamiento logra su cometido al hacer que el plano de contenido del libro adquiera una atmósfera o sentimiento de alienación. El arte como artificio que intuían los formalistas rusos y cuyo objetivo era prolongar el acto de percepción hasta volverlo un fin en sí, tiene en la escena erótica de Sal como un adolescente que unta crema en el cuerpo de la señora Simpson, un ejemplo por demás elocuente.

El shosetsu engloba a todo relato autobiográfico o conjunto de recuerdos que, aunque adornado y exagerado, son en esencia un texto de no-ficción. A dicho género pertenece la autobiografía. Salvador Elizondo recurre a él para generar estampas, ensoñaciones y dar cuenta de cómo a esa temprana edad ya es posible compartir las obsesiones, miradas que mediante el juego de espejos fabrica un verdadero artefacto especular (el vocablo griego proviene de la voz latina speculum de donde se deriva el verbo que implicaba en sus orígenes, observar el cielo y los movimientos de las estrellas con ayuda del azogue).

Estos elementos constituyen un “sistema” porque para el autor cumple una serie de “funciones” que le den unidad al texto, son los que permiten señalar a Elsinore: un cuaderno como una “construcción lingüística dinámica”.

En la recopilación de conversaciones que sostuvo Elizondo con autores, atentos y agudos a lo largo de más de treinta años como Margo Glantz (1968) hasta una de sus últimas apariciones públicas, en este caso con Adolfo Castañón (2006), resultó un ejercicio de homenaje post mortem que publico en el 2016 el Instituto Literario de Veracruz, bajo el título de El libro de los espejos. Encuentros con Salvador Elizondo, y que reúnen desde su última pareja en vida, la fotógrafa, Paulina Lavista, pasando por Marco Antonio Campos, Jorge Ruffinelli, José de la Colina, Alejandro Toledo, entre una decena más de autores, es por demás claro las discrepancias y contradicciones que a lo largo de una vida Elizondo enfrenta con entereza, y que va desde la desatención del concepto mismo de la literatura en su etapa inicial como escritor al afirmar que para él la literatura es el acto de crear, no el objeto creado (“Para mi cesa el interés por la literatura en el momento en que está el escrito. Para mí allí cesa. No me interesa lo que pasa después.”). Y como diferencia de táctica el No al acto de comunicar (“lo importante es el acto de concretar independientemente de cualquier comunicación que pueda haber.”). Para el Elizondo de su primera etapa como escritor, la historia personal del autor no importa, ni siquiera para entender por qué escribió algo.

Esta visión contrasta treinta años después, en pleno ocaso del escritor, cuando reniega no sólo de sus opiniones estilísticas que aparecen en El cuaderno de escritura (“…en Cuaderno de escritura, se tiene la intención de formular la teoría, pero no necesariamente de aplicarla. Por qué teorías literarias, pues no sé, yo formulo más o menos veinte al día; cada vez que se habla de literatura se formula una teoría. Sin embargo, yo ya no estoy de acuerdo en muchas de las cosas que escribí en Cuaderno de escritura, porque ha pasado mucho tiempo desde entonces.”); al grado de hacerlo de igual manera con los puntos de su geografía personal conocidos por muchos como la escritura, la literatura, Borges, entre otros (“Para mí, ahora, Borges ya no tiene importancia ninguna. Goethe, ninguna. Porque ya estoy en situaciones terminales, eso es difícil poderlo entender. Ya no tengo otra cosa para qué vivir sino para la memoria, para recuperar algunas cosas que están perdidas o extraviadas momentáneamente. Sobre literatura no tengo nada que decir. Cuando usted dice Borges, está borrado.”).

Idea que, como en la vida y en el juego de espejos, cierra Elsinore como una última posibilidad de hacer un libro: “Era yo muy feliz entonces. Ahora me parece un sueño agotado, igual que la memoria, la escritura, la inspiración, la tinta y el cuaderno”.

Elsinore: un cuaderno, de Salvador Elizondo, colección Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, tercera edición, México, 2001.

bottom of page